Anatomía de una escena

Las lecciones de Frank Capra

Glenn Beltran
4 min readDec 25, 2018

Diciembre 25, 2018

Mi hogar es un lugar de pocas tradiciones. Siendo una familia de trasplante, no tenemos raíces en nada más que el momento. Sin embargo, desde que tengo memoria se ha respetado un ritual accidental en esta casa. Cada navidad nos sentamos a ver It’s a Wonderful Life, una película tan “simple” pero tan compleja, tan idealizada que retorna a ser imperfectamente humana.

En los Estados Unidos, se ha usado por décadas que las televisoras exhiban esta película de manera repetida y maratónica. Es un cliché navideño, y admito que la película en sí es cansada. Dos horas de sobreactuación y sobreexposición, como era costumbre en 1946. Los personajes hablan a gritos, niegan la imaginación, y representan ideas tan translúcidas como el lente de su villano, el amargado señor Potter.

Lo que pone esta película por encima de otros clásicos navideños como Miracle on 34th Street o A Christmas Story es la dicotomía entre la frialdad de los temas que pretende abordar y la calidez con la que lo hace. A lo largo de su historia, vemos como los diferentes habitantes de un pueblo inconsecuente interactúan entre ellos. Nos recuerda que cada quien vive una vida tan individual y tan profunda como la nuestra. Cada quien tiene sueños y aspiraciones, emociones que se ven frustradas de día a día y decepciones que se olvidan con un tarro y una sonrisa. Si alguien llegó a ver Knight of Cups, una obra de arte de Terrence Malick, recordaran la última frase del guión: “la luz en la mirada de los demás se vuelve una perla”. Deambulamos a ciegas en este mundo; dependemos de los demás para ubicar nuestro lugar y a cierta medida nuestro propósito.

En la siguiente escena vemos como nuestro protagonista, abrumado por toda una vida de estrés, vive la desgracia que derrama su vaso metafísico, aísla las islas de la posibilidad y la actualidad.

Su tío, el único otro ejecutivo de la empresa familiar, pierde un monto considerable en camino al banco. George llega a casa y desquita las penas del trabajo con su familia. Al escuchar que su hija menor esta resfriada en su cuarto, sube y habla con ella. A pesar de estar viviendo el peor día de su vida, se toma la molestia de hacer lo posible para mejorar el suyo. La escena podría terminar ahí, pero todos sabemos que las emociones no pasan así de fácilmente.

Hay días donde te sientes realmente abatido, donde la vida te come vivo y sientes el alma ebullir por dentro. Nos podemos topar con inocencia en carne y hueso, entrar a un hogar cálido y acogedor, pero eso solo sirve para calmar las aguas temporales. Nuestras neurosis cotidianas vienen en olas, como un mar de infinito resentimiento, ahogando el resplandor de la arena veranera.

Una sola palabra recicla la ira de nuestro protagonista, “Welch”. La pobre mujer llega a cobrar toda la frustración de George Bailey, le grita hasta de lo que se va a morir. Le cuelgan el teléfono y procede a hacer todo un berrinche frente a su familia, tirando las maquetas representativas de su identidad frustrada; su yo no-realizado, el arquitecto nunca-formado.

La vergüenza tan sobria después de la tempestad.

El tan típico: “no, ya no” de un hijo que no sabe que decir.

El desato emocional y arrepentimiento casi inmediato de una esposa plenamente desconcertada, ya te imaginas el clásico: “no estoy enojada, solo decepcionada”.

Esta no es una producción melodramática en busca de premios y reconocimientos. El escenario es perfectamente creíble, una casa de tamaño relativo con su desorden respectivo. El camarógrafo no busca técnicas de vanguardia cuando no son necesarias. El director deja que fluya la relacion inter-familiar, y los actores trabajan en conjunto para recrear una escena bastante típica de la realidad que viven tantas familias en estas fechas.

La cultura occidental busca promover una idea prototípica de lo que debería ser la navidad. Mesas servidas, arboles monumentales sobre un pedestal sin-fin de regalos, y familias perpetuamente sonrientes. La realidad es que orquestar este circo requiere mucha energía. Ninguna familia es perfecta y, en querer aparentarlo, a veces ocurren estas desgracias.

Esta película es un pastiche de nuestras dolencias existenciales. Una farsa operática, tragicomedia Griega en naturaleza; vemos la relación individuo/comunidad como un conflicto interior en lugar de ver una cosa como parte de la otra.

El punto es que si tuviera dos horas para educar a una persona para el resto de su vida, le mostraría esta película. Está repleta de escenas como esta y engloba toda la positividad que buscamos en nuestra sociedad. Su mensaje resume corrientes ideológicas que te ahorran un viaje a la biblioteca.

Sinceramente invito a todos a que le den una oportunidad. Se iran con una nueva apreciación por el cine y encontrarán algo de sus propias vidas proyectado en la pantalla.

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